En esa época en que viví unos años en El Sombrero, pueblito muy tranquilo nacido en el medio del llano venezolano, en el Estado Guárico, se acostumbraba a prender la planta eléctrica cuando ya el sol se cansaba de mostrarnos el camino.
A las nueve de la noche quitaban la luz una o dos veces para que todo el mundo se acordara de que había que dormir, para descansar y levantarse temprano como lo hacían los pájaros y las gallinas. Había que estar despierto y recuperado para alimentar a los animales, regar las matas y prepararse para estar bien despiertos en la escuela.
Como dije antes, las casas del tío Roberto y del señor Tablante eran grandes, hacían esquina, y estaban una diagonal a la otra. El señor tablante, como mi tío, era amigo de todo el mundo, pero estaba muy enfermo.
Resultó que, mientras desayunábamos, mi tío Roberto me pidió que, después de lavarme los dientes y salir para la escuela, fuese a la casa del señor Dámaso. Ese era el nombre del señor Tablante. Me pidió que, con mucha discreción, sólo diera los buenos días y preguntara, de su parte, por la salud de don Dámaso. Mi tía Panchita, su esposa y hermana de mi difunta madre, le dice que yo tengo que hacer muchas cosas y prepararme para no llegar tarde a la escuela. Mi tío le contesta que no. Que debía ser temprano, porque en la madrugada él sintió que alguien se le sentaba en la cama, pero que no había nadie, y eso era un aviso de que alguien amigo suyo se había muerto, y le había ido a avisar. Como don Dámaso estaba tan enfermo, podría ser él el muerto.
Mi tío dijo también, que como el espíritu del muerto que fue a despedirse, se paró y él sintió que había tomado rumbo hacia la esquina, podía ser también que el muerto era amigo de los dos, y había ido a despedirse también de don Dámaso.
Continuó mi tío su relato, diciéndo que cuando el susodicho espíritu pasó por la esquina hacia la casa de don Dámaso, los perros que allí dormían se despertaron y empezaron a auyar, como lo hacen cuando perciben un espíritu. Para mí, eso se llamaba fantasma, aparecido, o cualquier otra cosa, pues la palabra "espíritu" no me era muy familiar.
Fuí a cumplir mi misión. Dí los buenos días con mucha naturalidad, pues a mi tío siempre le avisaban sus amigos antes de montarse en la escalera grande para luego alcanzar la chiquita, la que daba a las puertas del cielo (Nota del Transcriptor: ver minuto 1:40 de este video para entender la referencia!).
Doy los buenos días. Me contestan con mucho cariño y me piden que pase a saludar a don Dámaso, quién estaba todavía postrado en su hamaca de pabilo.
Mi sorpresa fue grande cuando don Dámaso me dice - Hay que averiguar, porque esta madrugada, como a las cuatro y treinta, vino un espíritu hasta mi hamaca, y me la movió dos o tres veces. Sin embargo, venía de la esquina de la casa de ustedes, pues los perros empezaron a auyar, y lo mismo hicieron cuando el espíritu se fue. Yo le recé tres Padre Nuestro y tres Ave María, por si acaso lo que necesitaba nuestro amigo era que lo ayudáramos a subir al cielo.
Hoy, a los 74 años, todavía me pregunto, ¿vuelan?
Orestes Gonzalo Manzanilla Sáez