miércoles, 5 de agosto de 2009

De que vuelan, vuelan!...


En esa época en que viví unos años en El Sombrero, pueblito muy tranquilo nacido en el medio del llano venezolano, en el Estado Guárico, se acostumbraba a prender la planta eléctrica cuando ya el sol se cansaba de mostrarnos el camino.

A las nueve de la noche quitaban la luz una o dos veces para que todo el mundo se acordara de que había que dormir, para descansar y levantarse temprano como lo hacían los pájaros y las gallinas. Había que estar despierto y recuperado para alimentar a los animales, regar las matas y prepararse para estar bien despiertos en la escuela.

Como dije antes, las casas del tío Roberto y del señor Tablante eran grandes, hacían esquina, y estaban una diagonal a la otra. El señor tablante, como mi tío, era amigo de todo el mundo, pero estaba muy enfermo.

Resultó que, mientras desayunábamos, mi tío Roberto me pidió que, después de lavarme los dientes y salir para la escuela, fuese a la casa del señor Dámaso. Ese era el nombre del señor Tablante. Me pidió que, con mucha discreción, sólo diera los buenos días y preguntara, de su parte, por la salud de don Dámaso. Mi tía Panchita, su esposa y hermana de mi difunta madre, le dice que yo tengo que hacer muchas cosas y prepararme para no llegar tarde a la escuela. Mi tío le contesta que no. Que debía ser temprano, porque en la madrugada él sintió que alguien se le sentaba en la cama, pero que no había nadie, y eso era un aviso de que alguien amigo suyo se había muerto, y le había ido a avisar. Como don Dámaso estaba tan enfermo, podría ser él el muerto.

Mi tío dijo también, que como el espíritu del muerto que fue a despedirse, se paró y él sintió que había tomado rumbo hacia la esquina, podía ser también que el muerto era amigo de los dos, y había ido a despedirse también de don Dámaso.

Continuó mi tío su relato, diciéndo que cuando el susodicho espíritu pasó por la esquina hacia la casa de don Dámaso, los perros que allí dormían se despertaron y empezaron a auyar, como lo hacen cuando perciben un espíritu. Para mí, eso se llamaba fantasma, aparecido, o cualquier otra cosa, pues la palabra "espíritu" no me era muy familiar.

Fuí a cumplir mi misión. Dí los buenos días con mucha naturalidad, pues a mi tío siempre le avisaban sus amigos antes de montarse en la escalera grande para luego alcanzar la chiquita, la que daba a las puertas del cielo (Nota del Transcriptor: ver minuto 1:40 de este video para entender la referencia!).

Doy los buenos días. Me contestan con mucho cariño y me piden que pase a saludar a don Dámaso, quién estaba todavía postrado en su hamaca de pabilo.

Mi sorpresa fue grande cuando don Dámaso me dice - Hay que averiguar, porque esta madrugada, como a las cuatro y treinta, vino un espíritu hasta mi hamaca, y me la movió dos o tres veces. Sin embargo, venía de la esquina de la casa de ustedes, pues los perros empezaron a auyar, y lo mismo hicieron cuando el espíritu se fue. Yo le recé tres Padre Nuestro y tres Ave María, por si acaso lo que necesitaba nuestro amigo era que lo ayudáramos a subir al cielo.

Hoy, a los 74 años, todavía me pregunto, ¿vuelan?

Orestes Gonzalo Manzanilla Sáez

Sexo participativo

Muy temprano era, para poder entender tantas cosas que percibía de la vida de los animales que ayudaba a criar desde los cuatro o cinco años.

Mi tío Roberto era un hombre que para mí tenía dos almas. Una de un padre bondadoso, prudente, amoroso, amante de los seres vivos, magnífico esposo y muy sabio. Siempre sonriente y preocupado por lo que sucedía en el mundo pues no dejaba de escuchar las noticias, leer los periódicos y de intercambiar ideas con sus amigos de El Sombrero, un pueblo que casi está situado en el centro geográfico del territorio venezolano.

La otra alma que yo percibía era la de un feroz guerrero con el coraje suficiente para ganarse el grado de Coronel del Ejército venezolano, acabando de cumplir los dieciocho (18) años. Ahora veo esas dos almas y me viene a la mente la suerte de presencia en él del Yin y el Yang de la filosofía Taoísta.

En esa corta edad, uno ve las cosas y no percibe con claridad la presencia de las contradicciones. Además, yo estaba tan preocupado por aprender a sembrar semillas, regarlas, verlas asomarse a los rayos del Sol y a veces hasta conseguir semillas de ellas, para futuros cultivos, que, aparte de ello, y de mi aprendizaje en la escuela, mi atención se concentraba sólo en aprender a criar los animales del propio patio interior.

Lo único que me sacaba del cuidado de las matas y animales que teníamos, y de las tareas que me tocaba hacer, era deslizarme en el piso de cemento cuando caía uno de esos chaparrones, cortos pero abundantes, que caían cuando uno menos lo esperaba.

Allí fue donde mi tío aprovechó para enseñarme lo que es el valor del amor, de la familia, de la consciencia, de la fidelidad, y hasta de la "participación ciudadana" cuando se trata de la preservación de las especies.

En efecto, allí vi cómo las parejas de palomas mantienen un cuidado contínuo. Un cuidado que es mutuo. Las parejas de palomas, hasta donde sé, lo comparten todo. Hacen el nido juntos, hacen el amor juntos, pelean juntos, se protegen mutuamente. Son el uno para el otro, desde el mismo momento en que deciden formar una familia. Hasta hoy, cuando estoy a punto de cumplir 74 veranos (nací el 30 de agosto de 1934), nunca he visto a una pareja de animales que sean completamente participativos, desde la concepción de los pichones, hasta que pueden dejar el nido y buscar su propio hogar, salvo las palomas.

Ahora les contaré cómo hacen el amor las palomas, porque estoy seguro de que muy pocos de los que siguen mis "anedas" han tenido la oportunidad de verlo, y entender que lo hacen de manera completamente participativa.

La cosa comineza cuando la pareja se da cuenta de que hay que preservar la especie. En ese mismo momento, el palomo (que siempre es el más grande y el que aparenta ser "el que manda", le ronronea a la pareja y le da vueltas y vueltas. Cuando lo hace en el sentido de las agujas del reloj y ve que la tipa no le hace caso, entonces se engrincha con las plumas como los loros cuando están bravos y empiezan a girar alrededor de la paloma en dirección contraria, acercándose poco a poco, como para empujarla. El ronroneo aumenta de volúmen, y empieza a subir y bajar la cabeza como diciéndole "o te mueves o te muevo".

Al fin, la paloma sale volando con el palomo para regresar con palitos muy delgados y algunas hojas, para comenzar a fabricar un nido lo suficientemente cómodo y grande, protegido de la lluvia y del sol, y con una sola puerta de acceso. Para las palomas, la calidad de vida y el sentido de la supervivencia como que son más consistentemente buscados que para nosotros los humanos.

Mi tío me explicaba que para los animales, la salud, la seguridad y la disciplina, eran las cosas más valiosas para preservar la vida y la especie. Yo le decía que sí a todo lo que me comentaba, aunque no entendiera mucho, pues el me había enseñado que lo que uno aprende, lo recuerda siempre y si hoy no lo entiende mucho, el momento llegará en que un bombillito se le prende a uno en la cabeza y va a decir "Ah, mi tío tenía razón".

Pero lo más interesante de todo este proceso familiar es, aunque no me pareció que podría tener importancia, la participación de la pareja al momento de hacer el amor.

La cosa es así: El palomo acorrala a la paloma ronroneándole enérgicamente, luciendo todas las plumas que puede levantar. La paloma se hace la loca y se mueve de un lado a otro hasta que el palomo se le acerca y le busca un piojito en la cabeza. Los que han sostenido una paloma en la mano, saben que entre sus plumas hay muchos piojos y unas moscas negras, muy chatas y más grandes que las normales que se paran en la mesa cuando está servida.

Cuando el palomo consigue el piojo, se lo mete en el pico a la paloma. No sé si para que se lo coma o para aprovechar de besarle. Luego del "beso", el palomo se monta sobre ella, abre las plumas de la cola, hasta dejar al descubierto lo que les conté, y de allí sale una tripita toda torcida y húmeda. Luego la paloma también expone lo suyo y la tripita, en una especie de gimnasia rítmica, en una posición realmente poco estable, pero efectiva, entra en la paloma.

Mi tío me explicó que lo que estaba sucediendo era que el palomo le estaba "depositando" una semillita en el cuerpo a la paloma para que cuando germinara, dentro de los huevos que la paloma tenía dentro, nacieran unos pichoncitos.

Lo que nunca entendí, y que todavía no entiendo, es que allí no terminaba el asunto de la semillita, pues acto seguido, la pareja se sacudía todo su plumaje como lo hace el perro cuando uno le echa agua encima. Y aquí viene la gran incógnita, la paloma le ronronea al palomo y le da vueltas en ambos sentidos hasta que decide sacarle de su cabeza un piojito, tal como él se lo hizo a ella.

Obtenido el piojito, la paloma le mete el piojito en el pico al palomo en un gran beso y procede de inmediato a montarse sobre el palomo, y ya les conté el resto. Ella hace lo mismo que él le hizo a ella, sólo que la célebre tripita ahora entra de abajo hacia arriba. Luego se baja, se vuelven a sacudir, y de allí salen a pasear.

Tío Roberto nunca me supo decir por qué tenía que sembrar dos semillas en vez de una, ni por qué una era hacia arriba, y la otra hacia abajo.

Orestes Gonzalo Manzanilla Sáez

jueves, 23 de julio de 2009

La Puya

Por allá por el año 1938, cuando sólo lucía yo los cuatro años, y como era costumbre, mi tío Roberto me llevaba de la mano por las calles de tierra de El Sombrero. Era un pueblo muy tranquilo y bonito, donde vivíamos luego de que mi papá accedió a que él y mi tía Panchita, hermana de mi difunta madre Carmen, se encargaran de mi como si fuese su hijo. Vivíamos los tres en una gran casa que hacía esquina y que estaba situada diagonal a la de un señor que vendía telas. Era el señor Tablante, quien, como mi tío, era una persona muy apreciada en el pueblo.

Iba yo de la mano de mi tío cuando vi en la calle, medio tapado por la tierra, un centavito, cuyo valor era la veinteava parte de la moneda Nacional, el Bolívar, y también la centésima parte de un Fuerte. El Fuerte fue, originalmente, la unidad monetaria según decreto del gobierno del año 1789, y se llamó El Bolívariano. Estaba hecho de plata 900. Por cierto que como era tanto dinero, al año swiguiente acuñaron otra moneda igual pero la llamaron Fuerte y decretaron al Bolívar como la unidad monetaria Nacional. Claro, era más fácil manejarse con éste, considerando los precios de las cosas, pues estaba subdividido, siendo la quinta parte de un fuerte, de la siguiente manera:
  • Un Bolívar valía dos Reales
  • Cada Real valía dos Medios
  • Cada "Mediecito" valía cinco Centavos
No sé por qué, pero el gobierno se inventó también una moneda que se llamaba Locha, cuyo valor era de doce céntimos y medio. Es decir, que dos Lochas equivalían a un Mediecito, y ocho Lochas hacía un Bolívar.

Bueno, cuando vi el "Centavito" en el suelo, inmediatamente le pedí a mi tío que me esperara y lo recogí, le sacudí la tierrita, y pa'l bolsillo. Ello representaba para mi una merienda, que consistía en una "melcocha" que podría comer durante el recreo que nos daban en la escuela Mellado.

Mi tío se paró, dejó que guardara "mi" Centavo y me preguntó: - Hijo, ¿ese Centavo de quién es? - a lo que yo respondí que no sabía pero que ahora era mío porque yo me lo había encontrado.

De inmediato, sin continuar la caminata, me preguntó si yo no pensaba que el dueño del centavo estaría loco por las calles buscándolo, para comprar algo que necesitaba. No tuve más remedio que estar de acuerdo, y tirar el centavo al suelo justo donde lo había encontrado.

Mi tío, no contento con lo sucedido, continuó la caminata con mi mano agarrada y me comentó - Hijo, cada quién tiene lo suyo, ya sea porque lo compró, porque se lo regalaron, o por cualquier otra razón, y nadie debe quitárselo. De la misma forma, cada quién debe respetar y cuidar, si es necesario, lo que no es suyo, aunque no sepa quién es su dueño. Ese perrito que va adelante de nosotros, debe ser de alguien y él o va para su casa, o va en busca desu dueño. Nosotros no debemos tomarlo para nosotros sólo porque esté sólo, y llevárnoslo a la casa. Eso no es bueno, no es honesto, lo castiga Dios y a la gente, nuestros vecinos, no les gusta. Cuando lleguemos a casa te voy a explicar el "valor" que tiene, para una persona, ser honesta. Hay muchas cosas a las que la gente les da valor. Ese Centavo, por ejemplo, vale lo mismo que una melcocha y ese es otro tipo de valor-.

Yo me quedé como pajarito en grama, pero no se me olvidó, y en la primera oportunidad le pedí que me explicara más. Me contestó: - Bueno, ahora estoy ocupado, pero te prometo que cuando hagas otra cosa buena, continuaremos hablando sobre los diferentes tipos de cosas y acciones que tienen valor...-.

Orestes Gonzalo Manzanilla Sáez