Mi tío Roberto era un hombre que para mí tenía dos almas. Una de un padre bondadoso, prudente, amoroso, amante de los seres vivos, magnífico esposo y muy sabio. Siempre sonriente y preocupado por lo que sucedía en el mundo pues no dejaba de escuchar las noticias, leer los periódicos y de intercambiar ideas con sus amigos de El Sombrero, un pueblo que casi está situado en el centro geográfico del territorio venezolano.
La otra alma que yo percibía era la de un feroz guerrero con el coraje suficiente para ganarse el grado de Coronel del Ejército venezolano, acabando de cumplir los dieciocho (18) años. Ahora veo esas dos almas y me viene a la mente la suerte de presencia en él del Yin y el Yang de la filosofía Taoísta.
En esa corta edad, uno ve las cosas y no percibe con claridad la presencia de las contradicciones. Además, yo estaba tan preocupado por aprender a sembrar semillas, regarlas, verlas asomarse a los rayos del Sol y a veces hasta conseguir semillas de ellas, para futuros cultivos, que, aparte de ello, y de mi aprendizaje en la escuela, mi atención se concentraba sólo en aprender a criar los animales del propio patio interior.
Lo único que me sacaba del cuidado de las matas y animales que teníamos, y de las tareas que me tocaba hacer, era deslizarme en el piso de cemento cuando caía uno de esos chaparrones, cortos pero abundantes, que caían cuando uno menos lo esperaba.
Allí fue donde mi tío aprovechó para enseñarme lo que es el valor del amor, de la familia, de la consciencia, de la fidelidad, y hasta de la "participación ciudadana" cuando se trata de la preservación de las especies.
En efecto, allí vi cómo las parejas de palomas mantienen un cuidado contínuo. Un cuidado que es mutuo. Las parejas de palomas, hasta donde sé, lo comparten todo. Hacen el nido juntos, hacen el amor juntos, pelean juntos, se protegen mutuamente. Son el uno para el otro, desde el mismo momento en que deciden formar una familia. Hasta hoy, cuando estoy a punto de cumplir 74 veranos (nací el 30 de agosto de 1934), nunca he visto a una pareja de animales que sean completamente participativos, desde la concepción de los pichones, hasta que pueden dejar el nido y buscar su propio hogar, salvo las palomas.
Ahora les contaré cómo hacen el amor las palomas, porque estoy seguro de que muy pocos de los que siguen mis "anedas" han tenido la oportunidad de verlo, y entender que lo hacen de manera completamente participativa.
La cosa comineza cuando la pareja se da cuenta de que hay que preservar la especie. En ese mismo momento, el palomo (que siempre es el más grande y el que aparenta ser "el que manda", le ronronea a la pareja y le da vueltas y vueltas. Cuando lo hace en el sentido de las agujas del reloj y ve que la tipa no le hace caso, entonces se engrincha con las plumas como los loros cuando están bravos y empiezan a girar alrededor de la paloma en dirección contraria, acercándose poco a poco, como para empujarla. El ronroneo aumenta de volúmen, y empieza a subir y bajar la cabeza como diciéndole "o te mueves o te muevo".
Al fin, la paloma sale volando con el palomo para regresar con palitos muy delgados y algunas hojas, para comenzar a fabricar un nido lo suficientemente cómodo y grande, protegido de la lluvia y del sol, y con una sola puerta de acceso. Para las palomas, la calidad de vida y el sentido de la supervivencia como que son más consistentemente buscados que para nosotros los humanos.
Mi tío me explicaba que para los animales, la salud, la seguridad y la disciplina, eran las cosas más valiosas para preservar la vida y la especie. Yo le decía que sí a todo lo que me comentaba, aunque no entendiera mucho, pues el me había enseñado que lo que uno aprende, lo recuerda siempre y si hoy no lo entiende mucho, el momento llegará en que un bombillito se le prende a uno en la cabeza y va a decir "Ah, mi tío tenía razón".
Pero lo más interesante de todo este proceso familiar es, aunque no me pareció que podría tener importancia, la participación de la pareja al momento de hacer el amor.
La cosa es así: El palomo acorrala a la paloma ronroneándole enérgicamente, luciendo todas las plumas que puede levantar. La paloma se hace la loca y se mueve de un lado a otro hasta que el palomo se le acerca y le busca un piojito en la cabeza. Los que han sostenido una paloma en la mano, saben que entre sus plumas hay muchos piojos y unas moscas negras, muy chatas y más grandes que las normales que se paran en la mesa cuando está servida.
Cuando el palomo consigue el piojo, se lo mete en el pico a la paloma. No sé si para que se lo coma o para aprovechar de besarle. Luego del "beso", el palomo se monta sobre ella, abre las plumas de la cola, hasta dejar al descubierto lo que les conté, y de allí sale una tripita toda torcida y húmeda. Luego la paloma también expone lo suyo y la tripita, en una especie de gimnasia rítmica, en una posición realmente poco estable, pero efectiva, entra en la paloma.
Mi tío me explicó que lo que estaba sucediendo era que el palomo le estaba "depositando" una semillita en el cuerpo a la paloma para que cuando germinara, dentro de los huevos que la paloma tenía dentro, nacieran unos pichoncitos.
Lo que nunca entendí, y que todavía no entiendo, es que allí no terminaba el asunto de la semillita, pues acto seguido, la pareja se sacudía todo su plumaje como lo hace el perro cuando uno le echa agua encima. Y aquí viene la gran incógnita, la paloma le ronronea al palomo y le da vueltas en ambos sentidos hasta que decide sacarle de su cabeza un piojito, tal como él se lo hizo a ella.
Obtenido el piojito, la paloma le mete el piojito en el pico al palomo en un gran beso y procede de inmediato a montarse sobre el palomo, y ya les conté el resto. Ella hace lo mismo que él le hizo a ella, sólo que la célebre tripita ahora entra de abajo hacia arriba. Luego se baja, se vuelven a sacudir, y de allí salen a pasear.
Tío Roberto nunca me supo decir por qué tenía que sembrar dos semillas en vez de una, ni por qué una era hacia arriba, y la otra hacia abajo.
Orestes Gonzalo Manzanilla Sáez

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